viernes, 3 de abril de 2020

La lista.

Llego a casa, voy a cerrar la puerta. Espera, ¿es así o había algo que hacer antes? Le echo un ojo a la lista que escribí anoche a boli y dejé esta mañana en la mesa del aparador. Sí, lo primero es cerrar la puerta con llave, lo segundo es dejar todas las llaves en la bandejita y la cartera y el móvil al lado. Lo tercero es meter la mochila en una bolsa y lo cuarto desnudarme y meter la ropa en otra bolsa. Lo quinto es quitarme las gafas que uso a diario y cambiarlas por otras que tengo en casa más antiguas; las nuevas también se quedan en el aparador, a todas luces infectado ya. 

A ver que recuerde, ahora desnudo y con estas gafas mal graduadas, ¿ya lo tengo todo? Voy a repasar la lista. ¡Ah! Lo sexto es quitarle la funda al móvil, es verdad, y lo séptimo lavar la pantalla con lejía. Eso ahora lo haré. Mi novia, o sea tú, me esperas al final del pasillo. Ya te había dicho que salía del hospital y has encendido el calentador y me has preparado la ropa  limpia para cuando salga de la ducha, a la que debo entrar sin tocar nada. Tú, de hecho, eres quien corre las cortinas de la ducha mientras me meto y la que después lava con lejía todo lo que he tocado y pisado. Lo octavo es, entonces, este particular paseo de la vergüenza.

Lo noveno será no poder tocarte, ni abrazarte, ni besarte, ni siquiera compartir la misma vajilla. Hemos llegado a un acuerdo de que por ahora seguiremos durmiendo juntos, tú hacia un lado y yo hacia el otro, aunque a punto hemos estado de que te hayas venido a dormir al sofá. Tengo la confianza en que, conforme avancen los días y nos vayamos acostumbrando, te 
pueda dar alguna caricia de vez en cuando, al menos. Con el dorso de la mano, y mi cara mirando hacia el otro lado.

¿Qué era lo décimo? Eso no me lo apunté, pero lo pensé anoche. Lo décimo. Diez. 10. Pues no me acuerdo. He pensado demasiadas cosas ya. Y como siga pensando en otras cosas, al final la voy a cagar y voy a hacer algo que no toca y contaminar mi casa. Contaminarte. Bueno, si al final va a ser inevitable, seamos serios. Es lo que tiene jugar a ser un héroe sin capa. Siento que te haya tocado este héroe de mierda.

domingo, 22 de marzo de 2020

Creatividad forzada.

Una voz femenina ha dicho por la radio esta mañana una cosa. No estoy muy seguro de qué, para ser sincero, al menos no en toda su amplitud de contenido. Porque yo tengo la costumbre de, en esos minutos de la mañana en que la consciencia vigil y el sueño de ondas lentas se juntan y no sabes muy bien cuál es cuál todavía, ponerme la radio. Me la pongo bajita, como acompañándome de lejos. Y alguna que otra cosa pillo. 

Pues bien, esa voz ha comentado algo así como que esta cuarentena, o confinamiento, o lo que sea que estamos sufriendo, viene genial para hacer muchas cosas. Cosas que antes habíamos pensado en hacer y nunca habíamos tenido tiempo de hacer. Para unos estas cosas se traducen en cocinar, limpiar, estar más con sus hijos, hacer ejercicio o sabe Dios qué. Pero lo que más me ha llamado la atención es lo que ha comentado acerca de la creatividad. "Es un buen momento para fomentar la creatividad" ha podido decir, no lo sé, la verdad, porque casi no me acuerdo como ya os he comentado antes. Creatividad en forma de escribir cuentos, novelas, guiones o poesía; componer esa canción que llevaba rondándote la cabeza tanto tiempo; usar las acuarelas para ser por fin el nuevo Van Gogh, como te había sugerido ya algún que otro amigo al que habías regalado algún que otro boceto. Pero que también, esto "es difícil", me atrevo a afirmar que ha dicho esa voz femenina. 

Es difícil porque cuesta mantener la calma y concentración necesarias para realmente ponerse a hacer algo productivo en un momento tan crítico y lleno de incertidumbre. Esto no es sólo cosa de desearlo y coger una libreta y un boli a las 7 de la tarde, después de haberte tragado media temporada de esa serie que te han recomendado pero que por ahora... "meh", y escribir el poema gongoresco más bello de tu vida en los diez minutos en que te hartas de todo. 

Es cierto que, quien más y quien menos sabe que muchos grandes artistas y genios tuvieron vidas turbulentas y para nada calmadas, y aprovecharon todo ese lío y caos que era su día a día para volcarlo en algo. Algo que merecía la pena para ellos y, desde luego, que mereció la pena para el resto de la humanidad. Pero hay algo que diferencia a estos artistas de ti y de mí, algo básico que va más allá de un mero deseo de ser creativo. Estos individuos tenían algo que contar, o que cantar, o que dibujar. Algo que llevaba ahí toda su vida y que ya estaba totalmente construido en su interior, y a lo que solo tenían que darle la forma adecuada para que el resto lo pudiésemos apreciar también. 

Por eso, cuando tú o yo nos ponemos, con nuestro ordenador, bloc de notas, guitarra o lápiz y nos devanamos los sesos por "crear" algo, "ser creativos", no llegamos a nada casi nunca. Hacemos alguna que otra cosa, disfrutamos haciéndola, incluso la compartimos por ahí en ocasiones, pero en el fondo, la mayoría de veces estará "vacío". No tendrá el carácter, la desnudez, la complejidad de ese ser que deberíamos haber dado a luz sano y regordete, y que ha acabado siedo un aborto. 

Y ojo, esta reflexión que estoy haciendo, no es una crítica a ti, ni a nadie. Venga, sólo tenéis que pasaros por entradas más antiguas en mi blog para que veáis que todos hemos intentado alguna mierda en el pasado, y en eso se ha quedado: mierda. Es, simplemente, una señal de precaución. Cuidado con aquello de sentirse forzado a crear, de querer ser alguien creativo, porque siempre has querido serlo o porque, al igual que las circunstancias actuales, parece que te veas obligado a serlo. Deja que germine en ti lo que tenga que ser, la idea, el propósito, la imagen que quieras plasmar, y riégala a diario. Lee, ve cine, vista museos, conoce la vida de aquellos artistas, estudia la historia. Y por supuesto escribe, toca el piano que tienes en casa, haz lo que sea que te haga feliz mientras lo haces. Y, si poco a poco esa idea va creciendo en tu interior y se va nutriendo de lo que aprendes, hasta que llegue el día que por fin puedas darle forma y ponerle nombre, adelante. Y sé consciente, de que ese día es posible que nunca llegue. Ni de que esto sea cosa de dos días. Porque muy pocos están hechos para pasar a la eternidad. Ni tú ni yo, probablemente.

domingo, 19 de febrero de 2017

El puente de las flores.

Eran cerca de las doce de la noche. Una noche de enero, presidida por una luna casi llena. Además, la humedad del ambiente era asfixiante, y hacía que el frío “calase hasta los huesos”, como dicen aquí en Valencia.

El sonido de mis diminutos tacones resonaba en las fachadas de las hermosas viviendas del ensanche, entre la calle Colón y la Gran Vía.

<<Tú nunca serás así de hermosa>>, me decía a mí misma.

Devastada, así es como me sentía. Aún podía saborear las desgracias que aquellas Navidades habían dejado en mi corazón, en mi cuerpo. No todo el mundo pierde a su padre, a su novio y su trabajo en un lapso de quince días, y me tenía que haber tocado a mí.

Así que no pude más, y esa noche salí. La tristeza me guiaba.

Así que llegué hasta uno de los puentes que cruzan el antiguo cauce del río, hoy hecho parque, al que llaman “de las flores”. Mi paso se detuvo, poco a poco, hasta llegar a la mitad del puente.

Miré las flores, a mi derecha, de color burdeos. Frescas y cuidadas. Miré hacia delante y hacia atrás; ni un alma recorría aquel lugar. Me giré, y fui hacia la barandilla. Me apoyé, estaba fría, y un escalofrío recorrió mi espina dorsal cuando miré hacia abajo.

<<No hay mucha altura>>, pensaba, <<pero si no caigo en el césped, y caigo de cabeza…teniendo en cuenta que posiblemente tarden en encontrarme…>>. Hacía unas horas estaba resuelta a acabar con todo aquello, pero en aquel momento me entraron dudas. Sin embargo, no me dejé llevar por el miedo y, sin pensarlo, me agaché, pasé mi cuerpo por entre los barrotes y, de pronto…me hallé al borde del precipicio.

Mis pies estaban sobre el barrote transversal más bajo, mis brazos extendidos hacia los lados y cogidos del barrote más alto. Mis ojos iban del pavimento inmediatamente bajo mis pies a la llanura del cauce que se extendía ante mí, mientras mi corazón latía desmesuradamente rápido, como avisándome de que lo que estaba haciendo era peligroso.

<<Esto no es altura suficiente, tan solo estoy tratando de llamar la atención, esto no puede considerarse ni suicidio, es como rajarse las venas con el mango del cuchillo, parezco una niña>>, pensé, muerta de miedo y de humillación.

<<No sirvo ni para matarme>>, me repetía.

Pero cogí fuerzas, y me resolví a acabar de una vez por todas. Miré a un lado, mientras pensaba lo triste que era mi vida, y miré hacia el otro, pensando lo inútil que era yo, pero, sin esperarlo…

<<¿Qué narices…?>>

A mi izquierda, sin que yo me hubiese dado cuenta antes, a unos diez o quince metros de mí, había un chico sentado sobre la barandilla, con sus pies balanceándose, que me miraba fijamente. Mis ojos se toparon con los suyos en el mismo momento en que ya me despedía de este mundo.

-Qué ironía, ¿eh? -me soltó.

-¿Có… cómo? -atiné a decir en mi anonadación.

-Resulta curioso venir a morir un día como hoy a un puente lleno de flores -dijo con una media sonrisilla en la boca, mientras miraba el suelo.

No logré decir nada, pero no pareció importarle y siguió hablando.

-El día de San Valentín, en el que todo el mundo regala bonitas flores, yo, que no he tenido nunca quien me regale… -decía, soltando al final una pequeña risa y mientras permanecía igual de tranquilo.

-Hoy…hoy no es 14 de febrero -fue lo único que acerté a decir porque parecía que era lo único de lo que estaba segura esa noche.

-Es como un regalo de mí para mí, una historia de amor con final triste -continuó, sin escucharme.

Volvió a mirarme. Tenía ojos oscuros y pelo un poco rubio. Calculé que debía ser de mi edad. Parecía alto, de largas piernas que se seguían balanceando como quien se sienta en el parque a pasar el rato con unos amigos. Su cara, pese a no poder verla bien, me resultaba agradable y tranquilizadora.

<<No lo puedo creer, ¿dos personas que quieren suicidarse en el mismo lugar y al mismo tiempo?>>. No salía de mi asombro.

-Hay muy poca altura -dije, estúpidamente-. Es ridículo tirarse desde aquí.

-Tranquila -dijo, mientras sacaba algo del bolsillo-. Todo está planeado.

El objeto que sacó brilló a la luz de la luna por un momento y no pude contener un grito ahogado. Era una pistola. Con inusitada calma la cargó y se la puso en la sien.

-Yo me despido ya, espero que tú también seas más feliz allá donde vamos.

Una descarga de adrenalina me sacó de mi estupor y, rápidamente me deslicé entre los barrotes y me metí de nuevo en la pasarela mientras proferí un sonoro:

-¡No!

Y fui corriendo hacia donde estaba.

Me planté delante de él. Me miraba con curiosidad y la pistola aún sobre su sesera.

Quería conocer los motivos de aquella alma ignorante que creía vivir en otro tiempo.

<<Quieres buscar excusas para ti misma, embustera>>, pensaba.

Sin pensarlo mucho, me giré hacia la bancada de flores y, como pude, arranqué varias de ellas, rasguño en mis manos mediante, e improvisé un escuálido ramo, que tendí hacia él.

-Toma, tu regalo de San Valentín.

Siguió mirándome, esta vez con interés y, despacio, bajó la pistola. Y sonrió. Sonrió de la forma más bonita que se puede hacer, mientras un tirabuzón adornaba su frente en esos instantes.

Se giró, pasó sus piernas por encima de la barandilla y se plantó ante mí. Cogió el ramo y olió las flores.

-Podemos ir a pasear -le dije, y empecé a caminar.

Asintió, con la sonrisa aun presente en sus labios y el ramo sobre su pecho, y se dispuso a seguirme.

Antes de abandonar el puente, le pregunté:

-¿Cuánto tiempo llevabas ahí, antes de que yo llegara?

-¿Que cuánto tiempo? -dijo, mientras se reía- Toda la vida. Llevo toda la vida.

martes, 10 de mayo de 2016

Papá, ¿qué es una canción?

Mirando la tele de vez en cuando estas últimas semanas, y miren que veo poco la famosa caja boba, pues mis motivos tengo, he visto un anuncio a cuenta del estreno de la nueva versión de El libro de la selva donde relacionan, de manera inverosímil, esta película con la promoción de unos frutos de color amarillo propios de esas islas de ornitológica denominación. Dicho spot plantea esta pregunta al inicio: "Papá, ¿qué es una canción?".

La pregunta se la hace un hijo a su padre, mientras van en el coche. Lógicamente, pilla al pobre progenitor totalmente descolocado, pensando quizá en los gloriosos muslos de Pamela Anderson en los buenos tiempos de Los vigilantes de la playa. El padre, que no sabe lo que contestar, mira a su mujer que, como buen anuncio poco sexista, sólo sirve para lanzar una sonrisa preciosa que afirma y da seguridad al buen hombre, que ya ha decidido de antemano a esa mirada cómo responder a las ocurrencias de su hijo.

Toman la primera salida que pillan de la colapsada autopista todavía de día y, tras un largo viaje en el que se cruzan por lo menos de lado a lado un par de veces la isla en la que están (supongo que Tenerife), llegan, de noche cerrada, a lo alto de una montaña en la que hay un observatorio (el observatorio del Teide, deduzco), Finalmente, los anunciantes recurren a una serie de tácticas romántico-comerciales de mercadotecnia barata que acaba dando un resultado algo escabroso y que mejor no voy a pasar a relatar porque me ha salido un sarpullidito en la axila recordándolo.

Dejando aparte estos detalles, la pregunta que plantea el niño resulta muy interesante, y me ha dado pie a preguntarme también a mí (aunque ya lo había hecho con anterioridad pero no había escrito sobre ello) sobre lo mismo. Aunque yo voy un poco más allá; yo me pregunto: ¿qué es la música?

Es difícil de explicar, la verdad. Desde un punto de vista técnico o físico, son sonidos, con diferentes propiedades (tono, timbre, etc) que suenan a diferentes frecuencias de onda del espectro audible.

De todas maneras, algo diferencia a los sonidos musicales de otros sonidos. Porque no vamos escuchando todos los sonidos que nos rodean en forma de música. Tiene que darse la propiedad, o la casualidad, de que, al menos hayan dos sonidos que tengan dos características: ritmo y melodía. Y, para rizar el rizo, también haría falta otra característica: repetición. Es decir, dos sonidos melódicos que suenen rítmicamente y que se repitan al menos una vez.

Pero, yendo más allá, ¿por qué esto es música y otras cosas no? Sin duda estos sonidos melódicos y rítmicos despiertan algo en nuestro interior, probablemente en nuestro cerebro. Nos producen siempre algún tipo de sensación: desagrado, placer, alegría, tristeza, motivación, enfado y un larguísimo etcétera.

Es bien conocido que los recuerdos van unidos en muchas ocasiones a la música, así como a otras sensaciones primigenias, como el olfato, localizados en el lóbulo temporal del encéfalo, sobretodo. Esto lo recoge magistralmente el gran neurólogo y escritor Oliver Sacks en un recopilación de escritos de "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero", de lectura deliciosa para cualquiera, involucrado o no en el mundo de la neurociencia.

Sin embargo, se cree que las habilidades musicales, tanto de componer como de reconocer melodías, llevar el ritmo, leer partituras, etc, son funciones que se encuentran a nivel hemisférico cortical, tanto derecho como izquierdo (según la dominancia, se piensa que el no dominante posee la parte más creativa y el dominante la parte más técnica). Esto está algo más alejado de la zona temporal del recuerdo y el olfato, que se sitúa en el hipocampo, formando parte del sistema límbico, una parte más profunda del cerebro.

Aún así, no cabe duda, pues, de que las neuronas que se encargan de las habilidades musicales y las que se encargan de las funciones primigenias están conectadas de alguna forma. Y esto plantea la pregunta: ¿es la música algo primitivo de los seres humanos y, por ende, del resto de mamíferos y otros seres vivos? ¿O es, sin embargo, una función superior, propia del ser humano desarrollado e inteligente que conocemos hoy en día?

Posiblemente la música, o los sonidos rítmicos y melódicos, hayan existido desde siempre y, posiblemente, nuestros antepasados filogenéticos también eran capaces de disfrutar de ella, o de sufrir, o de guardar recuerdos asociados a la música. Quizá, lo que nos haya dado la evolución, es la capacidad de gestionar esos sonidos, de moldearlos, de idealizarlos hasta el punto al que los hemos llevado en los últimos siglos, convirtiéndolos en una de las mayores y grandiosas expresiones de perfeccionamiento y sentimientos del ser humano, capaz de hacernos vibrar hasta la última célula de nuestro cuerpo.

Como ven, es una reflexión que plantea más dudas de las respuestas que da. Sin embargo, ahí tenemos a ese padre, algo simple e ignorante que, pobrecillo, con buena intención, hace música con las estrellas, como si de la letra de una canción de Christian Castro se tratase, mientras los del marketing del plátano se frotan las manos con el genial desenlace que le han preparado al anodino espectador.

Pero esto, la falta de respuestas y el exceso de incógnitas, es algo que suele ocurrir con las buenas preguntas, como la del niño, al que le auguro un gran futuro como filósofo si sigue así (a pesar de que en el anuncio la pregunta se la plantea primero Mowgli a Baloo en la película y el niño toma nota de ello, pero no le voy a quitar mérito).

Después de esta reflexión, quizá me ponga a ver una serie en Internet, de manera legal por supuesto, donde los anuncios suelen ser por lo general menos frecuentes, a Dios gracias.

viernes, 29 de abril de 2016

Molinos modernos, gigantes antiguos (o de cómo Don Quijote no perdió la esperanza).

Los ves, ¿no es cierto, mi querido Sancho? Todavía siguen ahí, inmóviles y beligerantes. Esos gigantes, insensatos y mugrientos. Merecedores de la mayor heroicidad para el enemigo que les combata y de la mayor ignominia para aquellos que los intenten comprender. Se les ve diferentes, más finos, con otras fachas, escondidos bajo un aire de sofisticación que les hace parecer más inofensivos y adelantados. Pero yo sé que no, aunque yo sé que tú sigues dudando, querido compañero.

Cuatro siglos han pasado desde que me enfrenté a ellos. Lo sé, Sancho. Pude fracasar, tanto como pude triunfar, pero aún así, lo intenté. Nunca podrán decir de mí que fui un cobarde, sin ambición ni amor por la gente de su tierra.

Pero ahora, en cambio, me hablas de esta tierra, mi tierra... ¡ay! La misma que rezumaba pasión. La misma que quiso sobreponerse a su propia destemplanza, y...observo que esos valores, la valentía, la heroicidad, ya son poco más que pura teatralidad. Comprendidos, pero sin visas de ser imitados.

¿De qué valió, Sancho? El valor de la historia me fue concedido, sí, pero créeme, ningún honor personal superaría a la felicidad de ver reflejada la propia valentía, la de uno mismo, en los descendientes de nuestro tiempo. Y viniendo aquí, viendo a estos gigantes, que tú sigues diciendo que son aún molinos, cómo campan a sus anchas...como cerdos, egoístas y vividores, por la dehesa extremeña.

Aquellos que pueden poner freno a estos gigantes antiguos, viven en la desidia y sufren la indiferencia del resto, y los que quieren hacerlo, bien no encuentran a los gigantes, o bien, de forma directa, son tildados de locos de remate. Como yo, Sancho, como yo. ¿Es que nada ha cambiado?. Hasta los gigantes se han dado cuenta, ya, de que nadie les hace frente. E igualmente, como si de un mal que alimentase a los dos bandos se tratase, en vez de aprovecharse, incluso se aburren, recalentados bajo el sol de la ignorancia de esta tierra que mi corazón no quiere reconocer como hija suya, totalmente apáticos.

Ay, mi querido Sancho. No me mires así. Ya sé que a lo mejor deposité demasiada confianza. Sin embargo, de heroico y valiente caballero me tildaron, y como tal me dignaré siempre a tener en posesión un bien, que guardaré hasta el final de mis tiempos.

¿Qué es ese bien, me preguntas? Sancho, ese bien nunca fue más que la esperanza. Sí, ya sé que suena idílico, pero idílico era también mi propósito cuando me puse manos a la obra, manejado por las pinceladas de un dibujante de las palabras y trovador de la conciencia.

Aunque muchos no la mantengan, y con motivo, yo no puedo permitirme ese lujo. Seguiré sin perderla, mientras los gigantes sigan ahí, mirándonos, intimidándonos y demostrándonos nuestro propio error. Hasta que los rayos de sol no caigan en terreno yermo. Hasta que las gotas de lluvia alimenten las semillas de los valores que nos empujaron a pasar a la historia. Hasta entonces no, Sancho. No perderé la esperanza.

jueves, 14 de abril de 2016

Malegoístas y buenegoístas.

Sobre la bondad y la maldad del hombre hay muchas cosas escritas, y ha sido por lo común un tema recurrente en la filosofía y la psicología. Dos corrientes se postulan, claramente enfrentadas, intentando explicar esta realidad: los hay que alegan que el ser humano es bueno desde el nacimiento, y que es la sociedad quien lo corrompe; y los hay que dicen que el hombre es malo y que, al contrario, la sociedad es la que se encarga de poner en vereda esa maldad, de limitarla.

Sin embargo, habría que tratar de explicar qué es la maldad y qué es la bondad. Normalmente acostumbramos a decir que alguien es bueno cuando persigue principios nobles, esto es, que es un ser empático, que busca el bienestar de los demás en mayor o menor medida, que no trata de sobreponerse, que sigue las normas (arbitrarias) que rigen la ética y la legalidad de una sociedad. Un hombre malo es, deduciblemente, todo lo contrario.

Pero vamos a enfocarlo desde otros puntos de vista: primero biológico, y luego lingüístico.

La biología postula que todos los seres vivos (desde un ser unicelular como una bacteria a un organismo pluricelular como una ballena) persiguen tres principios básicos en su vida: alimentarse, relacionarse, y reproducirse. Y, subyacentes a estos tres principios, se vislumbran otros dos, todavía más certeros: la autoconservación, en primer lugar, y la preservación de la especie en segundo lugar. Este principio de autoconservación o supervivencia, que es el que más arriba se sitúa en la escala de la vida, y que es una condición necesaria para todo lo demás, es el que determina la forma de actuar de todo ser vivo.

Consecuentemente, caemos en el ámbito de la lengua. Este principio de supervivencia, tiene traducción en un sustantivo, denostado con el tiempo, que no es más que el egoísmo. Y digno denostado porque no hace falta más que leer la definición de la RAE: "inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás". Sin embargo, es una palabra que significa muchas más cosas que la que nos puede lanzar esta despectiva definición.

El egoísmo es ese instinto de supervivencia, de propia conservación, pero que ha cambiado con la evolución de los seres humanos y de la sociedad; es el mismo concepto, trasladado a la esfera de lo moral; es el instinto por el cual nos movemos, persiguiendo nada más que la propia satisfacción. Y no nos llevemos a error, la satisfacción puede llegar de muy diversas formas, tanto buenas como malas. Esto es lo que nos falta entender para darle otra dimensión al concepto de egoísmo: que no debe ser solo una concepción desmedida del amor y el interés a uno mismo, si no que es la forma en la que el ser humano ve cumplidos sus deseos y necesidades principales, no teniendo que, obligatoriamente, causar un perjuicio en otra persona.

Aquí volvemos a la discusión de antes, sobre lo bueno y lo malo. Atendiendo, pues, a lo que hemos dicho, si hacemos algo, considerado como malo por parte de la sociedad, en propio beneficio, es egoísmo. Y si hacemos algo, considerado como bueno, en propio beneficio, también es egoísmo.

Lo curioso, es que esto puede describir todos los ámbitos de la vida: comprar lotería, dar dinero a un mendigo, matar a un rival político, pintar un cuadro, amar a alguien, morir por tu hijo, viajar a un país en desarrollo para ayudar a la gente, donar un órgano, robar dinero, devolver un favor... todo, absolutamente todo, aunque en su realización conlleve actos buenos o malos, provoca un beneficio (económico, moral, psicológico o de cualquier tipo) en quien lo realiza. Aunque dones todas tus pertenencias a los pobres y acto seguido te suicides porque te has arrepentido de hacerlo, estás siendo egoísta porque en los dos actos has buscado satisfacer tus deseos más profundos para contigo mismo.

Llegamos así, por fin, a preguntarnos, ¿pero es el ser humano bueno o malo por naturaleza? El ser humano es egoísta, lo es y siempre lo será, perseguirá su autoconservación biológica y su satisfacción moral. Lo que determine que sus actos sean o no malos, no lo conocemos: puede que la genética incline a unos u otros actos, y puede también que la sociedad los moldee, pero lo que no hay nunca que olvidar, es que el ser humano, es egoísta por naturaleza.

viernes, 25 de marzo de 2016

Visiones.

A ti, que no ves:

Te escondes, como el sol bajo la piedra. Tus ramas no crecen bajo la asfixia de la hiedra. Hiedra que tú plantaste, y que ahora te atenaza del pie al cogote. No te das cuenta que aún no es tarde. La vida puso a tu alcance las tijeras para podar la cárcel de tu propio miedo. Tú, tan joven.

Aprovecha, que el camino es vasto como la mar. Surca las olas, sin dejarte llevar por la marea. Iza las velas de tu brillante futuro. Si el viento no sopla no desesperes, porque vuelve. Siempre vuelve.

Prepara una pila de tus mayores temores, usa el carburante de tus prejuicios y enciéndela con la mayor de tus pasiones. Pon al pie del fuego tus respetos, pero no tengas nunca miedo a quemarte. Entrégate al calor de tu propia llama, vive la causa de tu locura. Tú, tan joven.

Por último, entierra la desidia y la inapetencia, y desempolva la infidelidad a la cordura que guardaste hace tiempo. Pisa el lodo de tu infortunio, sin miedo a hundirte, y afila la piedra de la sabiduría.

Porque ahora, sí que ves.

Luis R. Solís.